jueves, 22 de agosto de 2013

Algo va tremendamente mal.



Seamos francos, la desaparición de Euskaltel- Euskadi no ha sorprendido absolutamente a nadie, por lo menos, no a los que han seguido medianamente el transcurso del equipo durante el último lustro, cuando, más o menos por estas fechas pasaba siempre lo mismo; el equipo trabajaba más en las oficinas que en las carreteras. Aparecía el dilema de mantenerse o no en la máxima categoría, algo que llevó hace un año a romper una de las políticas de fichaje más admirable de todo el deporte internacional, una decisión, si me permiten, más que cuestionable. Pero el paso estaba dado, y Euskaltel, salvado; por lo menos una temporada más correrían con los grandes.

Sin embargo el tiempo nos ha confirmado que eso de correr con los grandes no te asegura convertirte en uno de ellos. A día de hoy, únicamente cuatro victorias avalaban el nuevo proyecto de Galdeano y los suyos; al gran estandarte de la de Samuel en Dauphiné se sumaban las dos de Urtasun y Lobato en Castilla y León y la del Circuito de Getxo, también del sprinter gaditano. Por supuesto que no podemos pedir siempre triunfos en las grandes carreras como ciertamente nos habían malacostumbrado estos chicos, pero el final de temporada se acercaba y estos cuatro éxitos aislados no eran suficientes, al menos para los patrocinadores, a los que la UCI les ha dado el poder de cargarse o no el ciclismo. El desencadenante era inevitable.

El sistema de puntos que idearon ya hace unos años desde la Unión Ciclista Internacional ha llegado con el caso Euskaltel al punto máximo posible de extravagancia. Un equipo que desde el principio siguió una filosofía que se sostenía en un único pilar de amor y fomento al ciclismo. Una filosofía que le ha valido para ser a día de hoy el equipo más veterano del pelotón mundial. Una filosofía que el año pasado se tuvo que amoldar a las directrices de este ridículo sistema para poder continuar en lo más alto.
Los ciclistas se convirtieron en un valor numérico y daba igual que se llamase Amets Txurruka o Iván Velasco, porque si ese valor no era suficientemente alto estabas fuera. Los fichajes que salvaron por una temporada a Euskaltel rozaban en ocasiones el bochorno, desde Serebriakov, que sólo duro dos meses en el plantel al dar positivo en Marzo hasta Tarik Chaoufi al que hace unas semanas se le despidió por "inadaptado".

La imagen con la que Euskaltel va a acabar su andadura profesional dista mucho de todo el legado que han dejado en nuestra retina durante prácticamente las últimas dos décadas; tanto el equipo como su afición, que siempre han ido en un "pack", han sido un ejemplo de como vivir y disfrutar este deporte. No habrá aficionado al ciclismo que imagine las cunetas de cualquier puerto pirenaico sin miles de personas vestidas de naranja, vitoreando a los corredores, llevasen el maillot que llevasen.
Con un pequeño tanto por ciento del presupuesto de los grandes equipos, siempre se luchó por etapas y general en cualquier gran carrera, consiguiendo victorias que hace 19 años sonarían a chiste. Roberto Laiseka, Igor González de Galdeano, Iban Mayo, Iñigo Landaluze, Samuel Sánchez, Igor Antón, Mikel Nieve... ciclistas que le deben su nombre a un proyecto, quizás algo ambicioso o insensato, pero que, quién sabe por qué, tuvo la suerte de salir adelante y darnos maravillosas tardes de ciclismo, que al final, no lo olvidemos, es de lo que trata todo esto.

Aunque probablemente sea lo primero que se viene a la cabeza, no debería ser momento de lamentación y nostalgia por los buenos momentos que todo lo que rodeaba a Euskaltel nos ha hecho pasar. Precisamente por esto, porque si el sistema que llevamos criticando tanto tiempo ha sido capaz de arrebatarnos a uno de los míticos del pelotón, es tiempo de pensar bien las cosas por parte de los que están ahí arriba, contando billetes, intentar que se paren un momento a pensar cual es el futuro que nos espera, porque si en algún momento han comprendido lo que la desaparición de un equipo así significa, y aún asi lo han dejado pasar, es que algo va tremendamente mal.

Alberto de Santos.


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